El «proyecto» abruma y esclaviza. A veces es la edición quien, a posteriori, «revela» el sentido profundo que nuestras imágenes demandan. El reto es fotografiar con intencionalidad, orgánicamente.

Foto: André Kertész

Lo percibo en muchos compañeros: la palabra “proyecto” abruma, ahoga y esclaviza. El dicto es severo: no se puede salir con cámara sin un proyecto. El mandamiento es tajante: no hay fotografía verdadera si no va armada de una intención muy precisa y, más aún, de un aparatoso rascacielos teórico que la legitime, la propulse y la engalane. Pero yo veo muchos trabajos que percibo rígidos, agarrotados, tiesos: los estrangula un exceso de teorización y de “proyecto”. Yacen muertos bajo una montaña de cascotes de ese edificio que, apremiados por la necesidad de una idea que de sentido final a nuestro trabajo, construimos antes de hacer, siquiera, el primer disparo.
Pienso en esto escuchando a Juan Manuel Díaz Burgos contar que su “Dios Iberoamericano” le estalló, como quien dice por azar, cuando dos imágenes de religiosidad popular tomadas cada una a ambos lados del Atlántico aparecieron friccionando juntas en el portátil durante un viaje en tren a alguna parte. Fue la colisión, la inesperada tensión entre sí de esas imágenes, de la que nació, hasta entonces oculto para él, un nuevo sentido, un proyecto, que fraternizaba al fin un trabajo acumulado durante muchos años: la expresión de la religiosidad popular en España y Latinoamérica, al fin vinculadas por la revelación de un azar en sus íntimas conexiones.  Lo que no significa, en absoluto, que esas imágenes, per se, fueran por la vida extraviadas de orientación y huérfanas de cualquier noción, pues como imágenes autónomas ya lo tuvieron siempre por sí mismas. 
Sin embargo fue en la edición, que también es juego, reordenamiento, tensión, yuxtaposición, creación, cuando esas imágenes, dialogando entre sí como estatuas mudas en un parque, decidieron revelar su lenguaje común e incluso solicitar, ya con plena conciencia, la suma de nuevas compañeras que completaran el trabajo ex profeso. Saber reconocer la demanda de las imágenes es otro de los dones del buen fotógrafo.

Foto: Juan Manuel Díaz Burgos
Foto: Juan Manuel Castro Prieto

La anécdota me sirve para reivindicar la idea del “proyecto hacia atrás”, una cosa que, de tan elemental, solemos olvidar: las imágenes se revelan y “revelar” es manifestar algo que estaba oculto, descubrir cosas que son secretas o ignoradas. Secretas: también para las imágenes. Permitir el revelado de la imagen –pues la imagen se revela, nos revela y, demasiado a menudo, hasta se nos rebela, con “b”- es concedernos la licencia de perdernos como lazarillos en la noche de nuestro propio trabajo. Lo hacen a menudo los muchos escritores que, contra los que tienen diagramado su relato en un croquis exacto de personajes que luego ensamblarán en la escritura como si fuera un mecano militarmente organizado, se internan en la novela sin saber apenas nada de ella: a tientas, impulsados simplemente por una visión, un fogonazo. Pero nada más que un resplandor vago: arrancar de él una novela es un modo de entender la escritura –igual que la fotografía- como una forma de alumbrar la oscuridad y descubrir el mundo. Descubriéndonos.

Algo de esto hay en “Extraños”, el maravilloso libro de Juan Manuel Castro Prieto: un trabajo de una alquimia surgida, digamos, “a posteriori”, brotada de jirones fotográficos que ya estaban ahí, en solitario, pero que precisaban ser unidos para ser colmados, al fin, de su sentido más profundo. (Lo que, de nuevo, no significa, en absoluto, que no poseyeran su propia inmanencia en solitario, pues como bien me dice Castro Prieto, lo único que no puede hacer nunca un fotógrafo “es disparar como pollo sin cabeza”.)

Foto: André Kertész

Efectivamente, el asunto no va de disparar sin sentido ni cabeza. Pero contra la dictadura sumarísima del proyecto, entendido como una severa tabla de obediencia y mandamientos, a mi me gusta imaginar que un fotógrafo también tantea en la oscuridad, baila una danza cuyos pasos él no conoce bien del todo, merodea un objetivo del que tampoco ha localizado nítidamente su diana y es solo a posteriori, frente a la cubeta o la pantalla, cuando ese mundo revelado le estalla en la conciencia arrojándole destellos que ni siquiera había imaginado, pero que su intuición sí que había aventurado. Por eso hizo esa foto. Lo explica muy bien David Salcedo, otro “lazarillo” en busca de un sentido: “Mis proyectos se forman durante el momento del disparo. Ni tengo el proyecto delineado de antemano ni hago fotografías por puro azar y después las ordeno. Mis fotografías tienen un carácter orgánico y los proyectos y las ideas se relacionan con las propias fotografías.” Y lo remata, magnífico, Eduardo Momeñe, al que escuché una vez explicar que lo único que hacía André Kertész era salir a la calle a buscar “otra foto para su colección de fotos de André Kertész”. Porque el proyecto de Kertész era Kertész.
Fotografiar así, natural, orgánicamente. La única pregunta verdaderamente importante es si cuando hicimos esa foto fuimos francos y sinceros. Lo demás, ya vendrá luego. 

Foto: David Salcedo
Sobre el Proyecto
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10 pensamientos en “Sobre el Proyecto

  • 4 febrero 2020 a las 19:04
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    Me ha encantado esta reflexión, gracias por hacerla pública.
    Me siento una pizquita mejor por no tener un proyecto cerrado.

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    • 5 febrero 2020 a las 10:40
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      Un placer, Juan Carlos, encantado de haberte aliviado la mañana, je, je. Abrazo!

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  • 5 febrero 2020 a las 09:55
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    ¡Buena entrada, Juan!.

    Sí, como profesor y editor gráfico me encuentro a menudo con fotógrafo/as agobiado/as por la imposición de la idea del «proyecto», que más que servirles de mapa o guía, los empuja a la rigidez formal, cuando no al bloqueo creativo. Me temo que esto es aplicable a la creación artística en general posterior a 1968, cuando el arte conceptual -para el cual ha de prevalecer la idea sobre la emoción- ganó la partida: desde entonces «lo razonado» va por delante del «sentimiento» y, como daño colateral, se ha perdido mucho del aspecto lúdico, del placer por el encuentro de lo inesperado o, sencillamente, el placer que produce la contemplación de una obra bella -que no esteticista-.
    La fotografía no ha escapado a esto. Y creo que no es buena noticia. A mí, cuando me ponen un texto larguísimo (en una expo, en un fotolibro, o antes de editar un trabajo) para «explicarme» el contexto, sentido y dirección de un trabajo fotográfico…pues ¿qué quieres que te diga?
    ¡Un abrazo desde Barcelona!

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    • 5 febrero 2020 a las 10:42
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      Dime, dime…!!!, je, je. Gracias, Rafa! A mi me ocurre lo mismo. Abrazo! (De algo de esto habrá que hablar el martes)

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  • 5 febrero 2020 a las 14:08
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    Una reflexión extraordinaria en la que, afortunadamente, estoy muy de acuerdo y lo más importante, la siento como mía..
    Muchas gracias.
    Un placer leerle.

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  • 5 febrero 2020 a las 16:17
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    Qué interesante reflexión. Se agradecen estos “pensamientos en voz alta” que aportan luz y apertura mental.
    Un abrazo,

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  • 25 mayo 2020 a las 09:46
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    Intuyo que la serie de luces y sombras de Marruecos, magnífica, surgió así, un poco a trompicones. ¿Está hecha a lo largo de muchos viajes? Y disculpa la curiosidad.

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    • 25 mayo 2020 a las 11:24
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      Hola, Luisa. Encantado de que esa serie te guste. Surgió por acumulación y como dices, «a trompicones». Me gusta mucho Marruecos -yo vivo en Sevilla y es fácil ir- y me gusta mucho el color: dos placeres juntos. Empecé torpeando mucho, por supuesto -y supongo que lo sigo haciendo- pero, en fin, poco a poco, fui alejándome del registro más social y más «street» para ir buscando lo que quería: destilación de formas, un cierto pictorialismo del color, composiciones cada vez más minimalistas… He ido mucho los últimos 5 o 6 años. A ver cuándo lo retomo , porque también te confieso un cierto agotamiento del tema. Mi referencia en Marruecos siempre fue Harry Gruyaert: buscar el color por el placer del color. Saludos.
      J.

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