Ante el escáner de la cámara de Natalia Leiva, los parroquianos de un bar guarida de personajes marginales nos cuentan su historia suburbial en la periferia del sistema

Foto: Natalia Leiva

Miénteme, dime que me quieres, endulza mi agria vida, consuela mi desconsuelo, arropa mi desamparo, acuna mi duermevelas, promete que me darás amor… aunque no cumplas nunca tu promesa. Por unas horas, quiero vivir en el ensueño.

Covachuela transfronteriza, cobijo y guarida de solitarios expulsados del paraíso, un bar del lumpen portuario gaditano al que un vendaval despojó de luminoso dejándolo también huérfano de nombre, reúne a los peregrinos de la noche, suburbiales almas cómplices atraídas como luciérnagas extraviadas hacia la luz del único bar que les aguarda sin hacerles preguntas, entrometerse en sus vidas ni atreverse a juzgarlos. Porque en ese antro, refugio de desamores, vicio, alcohol y profundos desgarros, todos son iguales.

Un bar también es un teatro. Incluso puede ser un espacio moral, ya sea claustrofóbico o libérrimo. Éste de la frontera con Marruecos es un espacio prodigioso porque en este bar los clientes, en un mutuo acuerdo fraguado rápidamente con miradas, han decidido tachar su realidad y mentirse mutuamente. Quizá porque la mentira pactada y compartida puede ser una forma suprema de verdad.

Allí, atraídos por la complicidad o la desesperanza, sumergidos en la noche solitaria, se dicen fugazmente que se quieren y, al hacerlo, dejan atrás por una horas el abandono y el desafecto de unas vidas que las fotografías nos anuncian bizarras, cañís, marginales, quebradas. La fotografía, un escáner que no habla, nos dice muchas cosas sobre el acre transcurrir cotidiano de esas vidas en la periferia del sistema, pero nosotros, abierta su puerta por Natalia Leiva, nos limitamos a mirar como a través del microscopio a nuestros personajes deambulando en este bar que para ellos es una suerte de placenta, de puerto de refugio en la tormenta cotidiana de sus vidas, entregados a la ceremonia de un encuentro nocturno consagrado a la ambición de compartir su exclusión social y su íntimo desvelo anhelando la ficción de sentirse, por una noche, amados y queridos. Aunque no sea cierto.

Contemplando estas imágenes preñadas de un documentalismo veraz que -como los personajes que captura- prescinde de retóricas y esteticismos, nosotros, conmovidos por las pesadumbres que –por enterizos que parezcan- vislumbramos en estos personajes, fisgoneamos en su destierro nocturno en este bar, imaginamos las historias emocionantes o terribles encerradas en un sobre y nos perdemos en el nostálgico triángulo de soledades que, encadenados por un expectante raccord de miradas, pueden trazar un joven reclinado en el suelo, una mujer de edad avanzada sentada con resignación sobre un taburete y un perrito alzado sobre sus dos patas traseras. Todos como anhelando que algo en sus vidas suceda.

Rostros: ya sea ensimismados en su melancolía o frotados en la triste alegría pasajera del amor en las cunetas, estos personajes parecen constituir una familia en la que puede adivinarse tanto la espontánea fraternidad capaz de fundir en la complicidad a los desconocidos como la irrupción de un súbito golpe de violencia y cólera, que la dueña anciana de este bar, suerte de «madame» particular, aplacará con el poder de la rara mezcla de su carácter autoritario y maternal. Fogonazos de la vida en los arrabales allá donde la nuestra, confortable y convencional, cesa.

Miénteme, dime que me quieres. Envuélveme en la ilusión pasajera de tu embuste. Déjame que crea en ti esta noche, pues al amanecer, como cada día, el Sol derretirá mañana nuestra comedia y nuestra farsa.

Foto: Natalia Leiva
Foto: Natalia Leiva
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Miénteme, dime que me quieres
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2 pensamientos en “Miénteme, dime que me quieres

  • 22 marzo 2020 a las 19:04
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    Qué valentía hay que tener para entrar en esas intimidades, captar sin molestar ni ofender. Bravo a Natalia y a tí, Juan María, por tus textos siempre tan certeros y cercanos

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    • 24 marzo 2020 a las 09:38
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      Es un trabajo muy valiente y honesto, sí. Me gustó mucho cuando empecé a verlo y fue un placer ponerle unas líneas de texto.
      Un abrazo, Marie, cuídate.
      Juan

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